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Agustín Francese

Nox - Nocturnus Erus

Nox - Intellegens

Vía Espiritual del Fuego y la Presencia  -  un camino metafísico de búsqueda y encuentro con la Divinidad

Ofrecemos aquí un adelanto del prólogo del libro, que puede descargarse por Amazon Kindle.

 

 

“Nuestro Dios es un Fuego Devorador”.

Hb. 12, 29.

 

 

 

 

La vida humana es fuente de asombro y contradicción. Estamos en este mundo hace miles de años, nos adueñamos de él, lo consideramos “propio”, pero ni siquiera sabemos con precisión cuándo empezó a existir, cómo es que existe ni cuál es el verdadero origen de nuestra especie. Haciendo gala de absurdas paradojas, llevamos sobre nuestros hombros la pesada carga de la Historia: una Historia grande y gloriosa, pero también ominosa y terrible. Hemos pasado del mito al logos, hemos dejado atrás temores infundados, hemos crecido y madurado bastante: ¡hemos evolucionado! Pero todavía nos falta recorrer un largo camino; y es que, lejos de conformarnos con los múltiples avances tecnológicos que disfrutamos a diario, aún queremos más, aún soñamos más, aún pedimos y exigimos más, porque sabemos que podemos superarnos, que está a nuestro alcance ser mejores, y acaso podamos llegar algún día a dominar todos los misterios de la naturaleza y de la ciencia para acercarnos, por fin, a ese gran anhelo que consume nuestras almas y que no es otro que el de adquirir la inmortalidad.  

 

Tenemos, en efecto, notables delirios de grandeza; pero es en nuestro planeta donde todavía ocurren a diario los crímenes más atroces y las peores injusticias, siendo la especie humana y no otra la que provoca esos males, para sufrir y hacer sufrir a todo el universo sus consecuencias. Brilla con fuerza, ciertamente, el esplendor de nuestra raza; pero brilla o fulgura con un resplandor opaco, con un halo de angustia que nos envuelve en tinieblas. Asombrosamente incoherentes, absurdamente paradójicos, hablamos de paz y de concordia mientras se llevan a cabo guerras; luchamos por el respeto a los derechos humanos pero todos los días se cometen crímenes que lesionan gravemente la humanidad; defendemos el valor de la vida, los derechos del niño por nacer o ya nacido, la dignidad de la mujer y el bienestar del anciano, y sin embargo día tras día se practican abortos, se esclaviza a los más débiles y se comercializa a las personas como si fueran objetos. Jactándonos del alto desarrollo alcanzado por la ciencia y la tecnología, creamos alimentos transgénicos para llenar el mercado con infinidad de productos fantásticos, mientras miles de personas sufren hambre y desnutrición. Buscamos el reconocimiento del arte y la cultura, pero se desatiende la educación y la sabiduría; pretendemos erradicar el flagelo de la droga, pero se aprueba su consumo; luchamos por mejorar la seguridad en nuestras calles, pero se tolera sin vergüenza la impunidad de los malvivientes. ¡Deseamos virtudes mientras formamos vicios! Exigimos el reconocimiento y la valoración de la dignidad humana, pero la mayoría se regodea con la banalidad y el consumo, con el analfabetismo mediático y la mediocridad social. ¡Patética y contradictoria especie la nuestra! O más que la especie: ¿será nuestra mediocre condición existencial?

 

Alguien podrá preguntarse, con toda razón, si es una y la misma “especie” la que actúa en dichas circunstancias. ¿Se trata, realmente, de la misma “especie humana”? ¿Somos todos iguales? Alguno dirá: hay hombres buenos y malos; la realidad es compleja; existen matices; las cosas no son siempre de un solo color: negras o blancas. Y en gran medida eso puede ser cierto. Pero también es cierto que el bien y el mal no admiten contradicciones, ni grises, ni matices, ni mayores complejidades que las de la existencia misma, como tampoco admiten ese dualismo ontológico la verdad y la justicia ni todo aquello que puede reputarse razonablemente como noble, virtuoso u honorable.

 

Por eso la Vía Espiritual del Fuego y la Presencia que aquí presentamos nos invitará a trazar un camino “posible” para entender mejor la compleja realidad del hombre sobre la Tierra, y así, destruyendo torpes conceptos y burdas anfibologías, comenzar a afrontar nuestra vida y nuestra relación con el Ser trascendente con una mirada nueva y una fuerza interior adecuada.

 

1. Semblanza

 

Como bien sabe el lector, se podrían citar muchos ejemplos más en los que el ser humano dice una cosa y hace otra; en los que, en definitiva, los hombres generan el mal, la destrucción, el error y el caos. Pero ese no es el objeto principal de nuestra obra, ni el motivo que nos impulsa a mirar la vida y la existencia “desde otro lugar”. Lo que pretendemos mostrar aquí es un estilo de vida para el ser humano común y corriente, no para el héroe ni el santo: un estilo de vida que, sin embargo, no es un estilo cualquiera, sino un modo de ser destinado únicamente a aquellas personas de buena voluntad que aborrecen el mal y buscan el bien, que estiman los valores de la verdad, la belleza y la justicia y que se regocijan con todo aquello que puede ser considerado como noble, digno y magnánimo.

 

Se trata, por así decirlo, de una manera sencilla y asequible de “plantarse frente al mundo” con la premisa de llevar adelante una existencia arraigada en Dios, y un modo de afrontar la realidad en el ámbito material y espiritual que se caracteriza por adoptar una “actitud filosófica” frente al problema de la existencia. Es, en otras palabras, un camino del ser que conduce hacia el Ser, o mejor dicho, a la apoteosis del Ser, y que asume para ello “un estilo profético” (ignis ardens) cuyos rasgos fundamentales iremos descubriendo a lo largo de esta obra, para luego profundizarlos también, ojalá así sea, más allá de la teoría.

 

La Vía Espiritual del Fuego y la Presencia no se basa entonces —vale la pena aclararlo— en la fe revelada, y ni siquiera es propiamente un camino “religioso”, aunque muchas veces tomemos prestados diversos “elementos” o “conceptos” de la fe cristiana para explicar ciertas hipótesis que de otro modo aparecerían como demasiado etéreas o demasiado abstractas. Implica, por el contrario, una espiritualidad enraizada exclusivamente en el conocimiento metafísico de las cosas, en la experiencia “objetiva” del ser, y en las profundas derivaciones que conlleva el hecho de poseer una razón iluminada por el fuego del amor, la verdad y la belleza: ese espejo deiforme que conceptualizaremos como “la triple llama del fuego divino”, cuya naturaleza describiremos oportunamente y que es causa y sustento de nuestro propio existir.

 

De modo que será siempre la razón filosófica la que guíe nuestros pasos por este sendero de luz y de tinieblas que es nuestra existencia temporal, conduciéndonos a adoptar una “postura interior” (actitud mental propia de nuestro estilo profético) mediante la cual podremos conocer a Dios y unirnos a él para volvernos capaces de decir, con toda seguridad y certeza, una “oración mental” semejante a ésta:

 

“Soy invencible. Soy inmortal. Nada ni nadie puede dañarme. Nada ni nadie puede vulnerar la fuerza que brota de mi espíritu y que es un fuego devorador. Mi mente se halla unida a Dios, y porque mi ser está anclado en el Ser Divino, yo estoy de manera constante en su Presencia. Soy fuego: un espíritu ígneo, un ser humano que ha basado su existencia en el “estilo profético”; por eso, continuamente y sin cesar un instante, existo y opero bajo el amparo del Máximo Fuego. Soy una llama de ira destinada a arder para siempre, y por ser suyo, nada ni nadie puede arrebatarme de su mano. Ninguna causa es capaz de apagar esa llama de ira que arde en mi espíritu, que es mi propio espíritu y que soy yo mismo. La vida y la muerte son las dos caras de una misma moneda: una moneda que está en su mano. Él me ha creado para sí, para que lo conozca y para que lo ame. Me ha pensado y diseñado desde toda la eternidad, incluso antes de que el mundo existiera y este pequeño planeta perdido en el cosmos comenzara a formarse alrededor del Sol... Tú, Señor y Dios mío, eres el único Ser incausado, y tú me has causado en el tiempo y en el espacio para mantenerme constantemente en el reino del ser. Me concebiste, me amaste y me formaste para que yo disfrute del ser, para que habite en tu Presencia, para que te ame con el mismo fuego que me has dado y para que goce del Amor. Soy, pues, una llama de fuego inextinguible, una obra tuya perfecta y perfectible que aspira a la Belleza, la Verdad y la Justicia, y que en estos valores ha afianzado su existencia. Esa Belleza suprema que eres tú mismo, Señor y Dios mío, principio y fin de todo lo que existe.”

 

Unas palabras que acaso podrían parecer exageradas para ciertos espíritus mundanos, pero que si se internalizan de forma adecuada servirán para cambiar por completo nuestro universo existencial. Porque este es el espíritu fundamental del camino metafísico que aquí propongo: un camino que ha sido pensado por el hombre y para el hombre, y que no necesita para su desarrollo de religiones ni de culpas ni de pecados ni de sermones ni de curas ni de rabinos ni de pastores ni de imanes ni de budas ni de maestros ni de doctores ni mucho menos de liturgias, ritos o actos estereotipados. Porque la Vía Interior del Fuego y la Presencia no admite otra luz para su desarrollo que la del entendimiento metafísico —vale decir: la luz inagotable del Ser—, y rechaza por ende toda magia, todo fetichismo, todo esoterismo, todo espiritismo, toda teosofía y todo fideísmo que vulnere o contradiga sus principios, basados en la simplicidad del ente, el imperio del amor y la humildad del espíritu.

 

De igual manera resultan incompatibles con nuestro camino espiritual el ateísmo y el satanismo, el deísmo y el nihilismo, al igual que toda otra postura “fundamentalista”, ya sea religiosa o pagana, racionalista o escéptica, que intente exacerbar de cualquier modo algún aspecto de la realidad. Se trata, sencillamente, de recorrer un sendero de aceptación de la evidencia entitativa: un reconocimiento del Ser de Dios y de su presencia viva, participada en nosotros y en toda la creación, que por su propia virtud tiene la fuerza suficiente para transformar nuestro “yo-espíritu”. En consecuencia, haremos lo correcto al apartar de nuestra Vía Espiritual cualquier connotación mágica, gnóstica, mística, panteísta o de la “new age”, porque el camino que proponemos aquí es un camino eminentemente filosófico (metafísico) y, como tal, ajeno a todo culto o religión.

 

No pretendo negar, empero, que quien les habla es un hombre de fe, que cree en Jesucristo como único Dios verdadero (Camino, Verdad y Vida) y que a la hora de redactar estas líneas se esfuerza por mantener “el eje” de la doctrina dentro de los parámetros propios de la razón natural. Lo confieso sin ambages porque el camino que propongo admite la superposición con otras ciencias y creencias que sean compatibles con él, y porque soy conciente de que muchos hombres y mujeres de buena voluntad, que creen en Cristo pero desconfían de la mal llamada “religión práctica”, verán con buenos ojos este camino alternativo, útil para relacionarse con Dios de una manera diferente.

 

Es importante destacar además que, en general, ciertas religiones tradicionales no se contraponen con este camino existencial; por el contrario, la espiritualidad del Fuego y la Presencia puede complementarlas de una manera excelente, porque todos los caminos bienintencionados que el hombre puede recorrer para llegar al Ser supremo lo conducirán, en definitiva, al único camino verdadero que, lo sabemos, desembocará necesariamente en él.

 

Lo que sí se contrapone irremediablemente con nuestra doctrina espiritual es todo aquello que resulte irracional, egoísta o maligno, y que denigre de un modo u otro al ser humano como tal; en otros términos, toda doctrina, creencia o práctica filosófica, religiosa, política, social, teológica, psicológica, esotérica, ascética o mística que riña con la razón de forma clara e indubitable y contradiga los principios fundamentales del bien, el amor, la verdad y la belleza, tal como son entendidos generalmente por las personas buenas y sanas, respetuosas y nobles. Porque la regla de oro que dice: “no hagas al otro aquello que no te gustaría que te hagan a ti”, y el mandamiento del amor que invita a amar libremente a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, son los pilares fundamentales de este edificio que vamos a levantar.

 

2. Objeto y método

 

El método propio de la Vía Espiritual del Fuego y la Presencia supone una visión eminentemente “realista” de las cosas, siendo su objeto formal primario el análisis metafísico de toda la realidad, conjuntamente con una alta valoración de la experiencia práctica. Por eso el arma principal de nuestra doctrina es la elucubración metafísica, y por eso el principio que sirve de base para nuestro camino existencial no es otro que el de una conciente abstracción filosófica del Ser.

 

La Metafísica estudia, como bien sabe el lector, al ser en cuanto ser y las propiedades fundamentales del ser, razón por la cual esta disciplina será la que constituya el prisma mediante el cual sondearemos el universo y también todas aquellas experiencias personales que nos permitan conocer de una manera más profunda el misterio insondable de la existencia humana —¡y también divina!  

 

La vida cotidiana, o mejor dicho, la propia existencia, plantea de hecho, como es obvio, un sinnúmero de incógnitas y situaciones problemáticas. Desde la rutina laboral de un día cualquiera hasta la calamidad que implica, por ejemplo, la ocurrencia de una catástrofe, toda nuestra existencia, todo el acaecer de lo humano, puede y debe ser analizado desde un punto de vista metafísico, sobre todo si se quiere arribar a una idea cabal de lo que somos y de lo que nos está pasando. Este “procedimiento” resulta valioso porque es un presupuesto básico del conocimiento humano el desentrañar la verdad de las cosas mediante la comprensión de sus causas, para intentar luego, en lo posible, suprimirlas o amplificarlas, conforme resulte conveniente. En virtud de lo cual nuestro intelecto se erige como la principal herramienta que nos ha dado La Divinidad —(o la Naturaleza, para quien aún no haya descubierto la realidad del Ser superior)— para entendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, y por supuesto también al Ser supremo en la medida que ello sea posible. Ergo, resulta prácticamente obligatorio para nosotros utilizar y engrandecer nuestro intelecto por encima de las demás potencias humanas (siempre hablaremos de los binomios “sabiduría + amor”, “inteligencia + voluntad”, “teoría + práctica”, “meditación + acción”, etc.), pues únicamente será correcta nuestra interpretación del universo si está basada en una visión metafísica de la realidad.

 

Sin embargo, la espiritualidad que proponemos no pretende dar respuesta a todas las situaciones que pueden presentarse en el transcurso de la vida, ni a todos los misterios que muchas veces nos sobrepasan, sino simplemente brindar un parámetro objetivo mediante el cual el ser humano moderno pueda afrontar con provecho los vaivenes de su existencia, utilizando el fuego que tiene en su interior como una fuerza mental adecuada, capaz de vencer cualquier obstáculo. Es, dicho de otro modo, un modelo de “actitud” y de “fuerza”: un “estilo profético” que todos podemos asumir como propio para encarar nuestra existencia cotidiana y que, llegado el caso, también podrá ayudarnos a la hora de afrontar las situaciones más arduas.

 

Obviamente, en ciertas circunstancias especialmente graves de la vida (como podría ser la muerte de un ser querido, el advenimiento de una enfermedad terminal, un accidente, una catástrofe, ser víctimas de violencia, etc.) entrarán en juego muchos resortes propios de la naturaleza humana que exceden por completo nuestra capacidad de análisis (así, por ejemplo, en determinadas situaciones nos volcaremos a la fe o a la desesperanza, nos encerraremos en nuestro dolor o trataremos de superarlo, actuaremos por venganza o buscaremos la reconciliación, etc.); razón por la cual queremos dejar bien en claro que nuestra Vía Espiritual está orientada a forjar una “actitud” o “disposición interior” para afrontar el hecho de la existencia, y nada más que eso. Porque lo que buscamos, en definitiva, es brindar “un modo de ser” nuevo y original que resulte útil para comprender cabalmente el sentido de la existencia, y a la vez adecuado o conveniente para enfrentar con vigor las múltiples adversidades que sin duda nos saldrán al paso en el camino de la vida. Un modo de ser que, en su expresión más profunda, nos pondrá en contacto directo con el Ser superior, cuya esencia inefable sustenta toda existencia (actual o posible) y cuyo conocimiento constituirá nuestra salvación eterna y definitiva.

 

3. Orden expositivo

 

Tal como dijimos anteriormente, la Vía Espiritual del Fuego y la Presencia fue pensada por el hombre y para el hombre: implica, por ende (en cierto modo), un camino de auto-ayuda y de auto-conocimiento. En consecuencia, resultará obvio para el lector que nuestra doctrina adopte como presupuesto fundante un conocimiento cabal de “lo humano”, siempre enmarcado dentro de la ya referida cosmovisión metafísica que hemos asumido como guía rectora.

 

En efecto, para entender en todo momento de qué estamos hablando y cuál es el genuino alcance de nuestra doctrina espiritual, es necesario comprender adecuadamente qué es el hombre, vale decir, cuál es su esencia y la razón de ser de su existencia, de manera que podamos enfocarnos sin errores en la relación que éste puede entablar con Dios y también con el universo (que sería “su entorno”).

 

Y sin embargo, de nuevo hay que advertir rápidamente que esa comprensión cabal de lo humano no será nunca exhaustiva, ni abarcará por completo todos los aspectos de su esencia, porque el hombre es un misterio en sí mismo y su naturaleza trasciende incluso hasta su propio conocimiento.

 

La razón de esta última afirmación se basa en el hecho de que el hombre no es causa sui (esto es: causa u origen de sí mismo, de su propia existencia), sino un ser causado, y por eso tan sólo la causa primigenia de ese “ente” que es el hombre puede conocer y abarcar todo “el ser-verdad” que el hombre-ente encierra.

 

De manera que el hombre, que con razón fue considerado un “microcosmos” por los antiguos filósofos griegos, sólo puede ser entendido cabalmente por Dios, creador del hombre (es decir, de cada persona humana en particular, como demostraremos en su lugar correspondiente); porque Dios es el único que entiende a la perfección el insondable misterio de la naturaleza humana (al ser su causa fundamental) y así, paradójicamente, quizá sabremos más acerca del hombre cuanto más sepamos acerca de Dios.

 

En conclusión, y de acuerdo con lo dicho, daremos comienzo a nuestra obra ofreciendo primero una breve exposición de los conceptos que puede brindarnos la Antropología Filosófica (Capítulos I y II, dedicados al ser humano y su capacidad cognitiva), para luego adentrarnos en el estudio del universo que nos contiene y del “ser en cuanto ser” (Capítulo III, Ontología); todo lo cual nos conducirá como de la mano al conocimiento de Dios y sus atributos (Capítulo IV), para analizar enseguida nuestra posible vinculación con él. Ello así, con el objeto de brindar al lector un marco teórico adecuado para poder explicar, en definitiva, en qué consiste nuestra Vía Espiritual del Fuego y la Presencia (Capítulo V), y de qué forma podremos ponerla en práctica para tratar de enriquecer de algún modo la efímera belleza de nuestra existencia cotidiana.

 

 

(c) Agustín Francese.

(c) Vía Espiritual del Fuego y la Presencia.

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