top of page

Agustín Francese

Nox - Nocturnus Erus

Nox - Intellegens

El universo del ser y el Ser Primero, también conocido como "Dios".

 

La doctrina de la participación en el orden del ser implica la doctrina de la creación; en otras palabras: si hay seres, los cuales obviamente no se dan el ser a sí mismos, entonces hay participación y, en consecuencia, creación. De manera que los entes, que poseen el ser por participación, reciben ese ser de aquel que lo tiene por derecho propio, o sea, aquel que es "El Ser" por esencia.

 

La creación, considerada desde las criaturas, es la dependencia del ser creado respecto del principio que lo origina. Todas las criaturas, materiales e inmateriales, dependen totalmente de Dios en lo que respecta a su existencia. Pero hay un orden y una gradación en esa participación en el ser que disfrutan las criaturas, y así, conforme a la medida en que participan del Ser supremo, algunas serán más perfectas que otras.

 

El grado de perfección se funda, asimismo, en la mayor o menor dependencia que el ente tenga de la materia, tanto en el obrar como en el existir. La materia es potencia, y como tal no posee el ser en acto: es por sí misma imperfecta e indeterminada; la forma, en cambio, es ser y es acto, y por lo tanto es perfecta y perfectiva. De modo que, a mayor distancia de la materia, mayor perfección habrá en el ente, y así el viviente es más perfecto que el no viviente, y el inteligente más perfecto que el viviente.

 

En el escalón más bajo se ubican los seres inanimados, luego vienen los vegetales, posteriormente los animales, y, por sobre todos ellos, el ser humano y los espíritus puros, quienes poseen inteligencia y voluntad, y pueden subsistir sin depender de la materia. Ellos, por ende, son esencialmente superiores a aquellos, tanto en el orden del ser como en el de sus operaciones vitales. Nótese, sin embargo, que los grados superiores no excluyen a los grados inferiores, sino que los implican necesariamente, pues si algo no existe, menos podría vivir; y si algo no vive, difícilmente podría entender.

 

Ahora bien, en el caso del Creador, cuya esencia es el mismo Ser, no podemos decir que se hallen grados de perfección propiamente dichos, sino más bien que él comprende todas las perfecciones, puesto que todas provienen de su "aseidad" como de su fuente u origen, y nada hay perfecto que no sea una participación de su perfección absoluta. Dios, en efecto, es acto y espíritu “puro”, libre de toda materia y de toda potencialidad, y es el único ser incausado, primer motor inmóvil por el que todo “se mueve”.

 

Realizando una adecuada abstracción metafísica del ser en cuanto ser, la Filosofía puede arribar fácilmente al conocimiento de la existencia de Dios y aún deducir, mediante la clara luz de la razón natural, aquellas propiedades que corresponden necesariamente a la naturaleza divina. Sin embargo, para comenzar a recorrer el camino que nos conducirá al entendimiento de que Dios “es el que es”, debemos precisar primero algunos conceptos ontológicos tales como la necesidad y la contingencia de los seres. Veamos.

 

Se dice que un ente es “contingente” cuando puede ser o no ser. Por ejemplo: una piedra, que puede existir o puede no existir, sin que eso comprometa el ser de otra cosa. En cambio, un ente es “necesario” cuando no puede no ser (obviamente, hablando siempre en forma relativa, ya que sólo Dios es necesario en forma absoluta). Ejemplo de un ser necesario sería el siguiente: en los vivientes, el alma, ya que sin ella, el viviente no tendría vida (en otras palabras: es necesario que haya un principio vital para que el viviente tenga vida).

 

En realidad, en las cosas siempre hay algo relativamente necesario y algo relativamente contingente; de hecho, no hay ningún ser cuya contingencia sea absoluta, vale decir, algo que exista y cuya existencia no comprometa absolutamente la de ninguna otra cosa. Si algo existe, es porque necesariamente recibió esa existencia de otro: ninguna cosa puede ser su propia causa en el orden existencial (ontológico), pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y eso es imposible. En el ejemplo de la piedra que vimos anteriormente, su contingencia, si bien es amplísima, no deja de ser relativa, ya que por lo menos su ser es necesario para los procesos físicos que causa en su entorno (gravedad), o en relación al lugar que ocupa en el espacio, etc.

 

Lo expuesto nos lleva a concluir que todos los entes que nos rodean son contingentes, incluyéndonos a nosotros mismos, ya que podríamos existir o no existir; pero también que, si existen, poseen entonces algún tipo de necesidad, porque de lo contrario no existirían (no tendría "razón de ser" su existencia, o, dicho de otro modo, no tendrían una causa). De forma que esa necesidad relativa que hay en todos los seres remite siempre a una necesidad última, que es forzosamente absoluta y primera, sin la cual no se podrían explicar las otras, pues toda causa secundaria o intermedia requiere, por definición, una causa primera. En conclusión, es el Ser necesario y absoluto el causante de la necesidad relativa que hay en todos los seres contingentes.

 

Veamos un ejemplo para ilustrar un poco esta doctrina. Tenemos una planta, que obviamente existe; nació y se desarrolló conforme a su naturaleza, a partir de una semilla; esa semilla provino de otra planta y así sucesivamente, porque el ser se recibe siempre de otro; hay contingencia, pues, en lo que respecta a la generación de la planta: esta puede existir o no existir; pero si existe, hay necesidad respecto de su causa u origen, puesto que si no hubiera semilla, la planta no podría haber existido. La semilla, por ende, posee una necesidad relativa, al igual que aquella planta de donde provino; y así sucesivamente.

 

Tenemos presente, entonces, que el ser siempre es causado por otro. Pero este proceso, ¿puede ser infinito? Vale decir, hay causas segundas que operan sin cesar; el mundo de los seres contingentes y necesarios se halla en un continuo proceso de cambio: unos perecen, otros nacen; unos dejan de existir, otros emergen victoriosos de la nada. Pero esas causas, ¿pueden remontarse indefinidamente? Enseguida demostraremos que eso es imposible, puesto que el mero concepto de causa segunda implica necesariamente el de una causa primera, origen o principio de todo el proceso causal.

 

Como resulta obvio, todo efecto tiene necesariamente una causa realmente distinta de sí mismo. Nadie puede ser “causa sui” (o sea, causarse a sí mismo), porque esto sería contradictorio, pues debería ser y no-ser a la vez, y así, en cuanto causaría, debería existir, pero en cuanto causado, ¡no debería existir! Ahora bien. La causa de un ser contingente cualquiera puede ser otro ser contingente, a su vez causado, o una causa no causada (no existe una tercera opción). Si en el proceso no opera la Causa Primera incausada, operará entonces una causa intermedia. Y así, por ejemplo, los hijos son causados por sus padres, estos por los abuelos y estos por los bisabuelos, etc. Pero la serie de causas intermedias (o “segundas”) no puede extenderse infinitamente, porque se seguiría el absurdo de que existiría una serie infinita de causas intermedias sin una causa primera o inicial que le hubiere dado origen en el plano del ser, destruyéndose entonces el concepto mismo de causalidad.

 

Ninguna causa segunda o intermedia, por definición, tiene en sí misma la razón de ser de su existencia (recuerde el lector que el ser siempre se recibe de otro); de modo que, o hay una causa primera, o directamente no existen las causas segundas o intermedias. Sin embargo, vemos claramente que tal proceso causal existe, que hay causas segundas y que todos los seres son contingentes, en virtud de lo cual forzosamente hay que admitir la existencia de una Causa Primera incausada, que es justamente Dios. En resumen, tanto por la vía de la necesidad como por la de la contingencia de los seres, arribamos a la existencia de un primer principio causal, necesario y absoluto.

 

Dice la Sagrada Escritura que cuando Moisés le preguntó su nombre, Dios le respondió: “Yo soy el que soy”; y es que, en efecto, El Ser en acto puro y subsistente se distingue realmente de todo lo que no es divino, porque sólo le corresponde a él “ser por esencia”, sin que ningún otro ser pueda poseer tal prerrogativa. Dios ES, y con eso se dice todo lo que es más propio y exclusivo de Dios. ¿Por qué? Porque su esencia consiste en ser ("aseidad") y por eso posee una plenitud existencial absoluta, ilimitada, infinita, real y poderosamente activa, puesto que también hace partícipes de su ser a las criaturas, creándolas de la nada (ex nihilo).

 

En definitiva, Dios es “el que es”, y sólo un ser así puede comunicar el ser, ya que todos los demás seres son causados, finitos y limitados, y no pueden en modo alguno generar la existencia desde la nada.

 

Sin embargo, nos apresuramos a decir que de Dios podemos saber mejor lo que no es que lo que es, y ello en razón de la infinita grandeza y trascendencia de su naturaleza con respecto a nosotros, sus criaturas, porque Dios no cabe ni puede caber en ninguna inteligencia, salvo la suya propia.

 

En efecto, si él es El Ser por esencia, es infinito, posee todo el ser, nada le falta, y por eso ninguna inteligencia finita puede abarcarlo ni aprehenderlo por completo. Únicamente poseeremos un conocimiento verdadero de Dios cuando creamos que su ser está por sobre todo lo que nosotros podamos pensar de él, porque la substancia divina trasciende todo conocimiento y en él es lo mismo ser que entender.

 

De manera que teniendo en cuenta nuestras limitaciones, podremos acercarnos al conocimiento del misterio divino por una doble vía, analógica e imperfecta, que nos permitirá, en primer lugar, mostrar aquello que Dios no es, removiendo o excluyendo de su naturaleza todas las imperfecciones de los seres creados (la llamada “vía negativa”), y en segundo, mostrar de alguna manera “una parte” de lo que Dios es, o, dicho de otro modo, sus propiedades, al atribuirle de forma eminente e infinita (por la denominada “vía positiva”) todas aquellas perfecciones que descubrimos en los seres creados.

 

Todo lo cual se traduce, en el marco de una adecuada abstracción metafísica, en la inferencia de que Dios ha de ser uno, simple, bueno, perfecto, bello, omnipotente, infinito, inmenso, único, inmutable, eterno, espiritual, inmaterial, etc., y que es la suma verdad en la que se basa toda inteligencia y todo conocimiento.

 

 

(c) Agustín Francese.

(c) Principios Fundamentales de Filosofía (2010).

Se permite la cita siempre y cuando se mencione expresamente al autor.

Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy".

Y añadió: "Así dirás a los israelitas:

Yo Soy me ha enviado a ustedes".

Exodo  3, 14.

Los judíos le dijeron: “Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?”

Jesús respondió: “Les aseguro que desde antes que Abraham existiera, Yo Soy”.

Jn. 8, 57-58.

bottom of page